Cuando uno todavía está vivo, enterarse de la muerte de alguien suele ser una experiencia desagradable, porque siempre se termina pensando en el futuro propio, y eso desestabiliza un poco. Sobre todo si uno alcanzó a conocer al muerto. Aunque para ser franco, yo no recuerdo haber conocido alguna vez a Carolina O’Piorci. No es por cambiar de tema. Se que usted imagina que el problema con mi padre, y quizá las circunstancias de mi propia muerte, guardan alguna relación con mi trabajo en aquella campaña; pero en la vida, y esto lo sabe muy bien, las cosas suelen ser mucho más complejas de lo que parecen a primera vista. Carolina O’Piorci había desaparecido unas dos semanas antes de que Carmen y yo fuéramos a San Antonio. La última vez que la vieron con vida fue durante una fiesta de la casa editorial en la que trabajaba; creo que se trataba del lanzamiento de una novela. Eso fue un sábado por la noche. Recuerdo haber visto los carteles de “ayúdenos a encontrarla” cubriendo casi todas las
Ejercicios de aproximación literaria, relatos, canciones y otras barbaridades esquizo-lingüisticas