Antes de nada debo ser claro: yo no me suicidé, y a decir verdad no entiendo muy bien la causa de mi deceso. Se que morí un viernes a las cinco en punto. O al menos ese es el último recuerdo que tengo: miro el reloj con prisa luego de discutir con mi padre por algo relacionado con Carmen. Voy en dirección sur por la calle Amazonas, son las cinco de la tarde. Luego un dolor extraño en el pecho, del lado izquierdo. No fue un infarto. Francisco, mi cuñado, sufrió un infarto hace tiempo. Me dijo que se le había dormido el brazo y se le había hecho difícil respirar. Me dijo que sintió un dolor intenso en el corazón. Me dijo que tuvo suficiente tiempo para darse cuenta de que se trataba de un infarto. Yo no tuve tiempo. No sentí nada en los brazos ni en los pulmones. Apenas un piquete, como si me hubiera rozado la punta de un alfiler. Tal vez usted no pueda comprenderlo, porque claro, nunca se ha muerto; pero dadas las circunstancias se lo voy a confesar: la muerte es un alivio exquisito. No
Ejercicios de aproximación literaria, relatos, canciones y otras barbaridades esquizo-lingüisticas