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Los vegetarianos según García Márquez

COSAS DE LOS VEGETARIANOS


Tomado de diario el Heraldo. 195?


Para quienes no podríamos vivir sin la nutritiva colaboración de un buen bistec, los vegetarianos son una especie de santos varones, entregados por entero al culto casi sagrado de las remolachas y los espárragos. Los carnívoros comemos nuestros suculentos platos sin ningún afán proselitista y la única libertad que de vez en cuando nos tomamos en ese sentido es la de invitar a alguien que manifieste una franca preferencia por la carne de cordero, a que se coma un asado de buey.

Los vegetarianos, en cambio, no se limitan a disfrutar del desabrido placer de sus lechugas, sino que manifiestan un permanente espíritu de expansión, una constante disposición de hacer del mundo moderno una bola cubierta de vegetarianos por todas partes, donde los bueyes no sean otra cosa que instrumentos para arar la tierra o para transportar las legumbres.

La posición del carnívoro humano es pasiva, la del vegetariano es beligerante. Todo lo contrario de lo que sucede entre los animales. El hombre que acaba de consumir una dorada pierna de carnero y se recuesta en su butaca sin otra intención que la de darle curso a la digestión, es prácticamente un rumiante, con esa parsimonia y esa paciente indiferencia con que mira al mundo desde su ángulo de animal bien alimentado. El vegetariano, en cambio, no bien acaba de consumir su plato de ensalada, cuando ya está escribiendo una apología al rábano o un poema a las espinacas, con la intención marcada de iniciar una campaña de reivindicaciones. Un vegetariano es un político de la digestión, un rabioso predicador de sus preferencias. Es, más a fondo, un teólogo, que ha complicado de manera inexplicable las funciones digestivas con las prácticas religiosas y para quien un plato de zanahorias cocidas es la síntesis de toda la sabiduría universal.

De allí que exista en la sociedad de hoy una división especial llamada de los vegetarianos, en tanto los carnívoros, convencidos de que somos los más, andamos sueltos por el mundo, sin conocernos mutuamente por el solo hecho de tener aficiones semejantes en cuestiones alimenticias, sin asistir a reuniones de carnívoros, ni propiciar publicaciones de carnivorología, ni mucho menos iniciar campañas proselitistas que culminen con la carnivorización de todo el género humano. No es que el carnívoro sea tolerante. Lo que sucede es que está lo suficientemente gordo como para no preocuparse de que lo esté o no su vecino. Omar Payo, un conocido caricaturista que se ha salido de los conductos conocidos y está trabajando en lo que se ha dado en llamar «bejuquismo», debido a que sus figuras parecen moderadas en raíces, fue objeto anteriormente de un agasajo por parte de los vegetarianos capitalistas, reconocimiento a sus aportes estéticos a la causa del vegetarianismo universal. ¡Y tantos pintores como han pintado toros tentadores y picassinas calaveras de vacas sin que los carnívoros nos hayamos preocupado por agasajarlos como homenaje a tantos anónimos carniceros como han muerto en el honesto ejercicio de sus funciones!

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