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Hablemos de Originalidad


Por Javier López Narváez

Hubo un tiempo en que el mundo giraba conforme lo determinaba una casetera. A la vida, que solía llegar impresa en los vinilos de 33 revoluciones que distribuían las tiendas autorizadas, había que comprimirla dentro de una cinta de 60 minutos para que pudiera seguir existiendo durante los paseos en automóvil, los recreos escolares o hasta los preludios del sueño a través de aquel artefacto cuyo ostentoso seudónimo era “walk-man” (hombre que camina), pero que en el fondo no era más que una casetera básica con parlantes en miniatura.

Por entonces, nadie hablaba de piratería. El centro histórico estaba lleno de locales a los que la gente acudía para hacerse con los objetos de su soundtrack personal, pero nadie ocultaba la costumbre antigua de replicar los discos en formatos caseros no solo para conservar el acetato en buen estado, sino también para compartir ciertos retazos de vida con el resto de sus semejantes. Yo mismo, en más de una ocasión, dupliqué cassettes con el objeto de compartir música, y fue de este modo como conocí a los intérpretes que más han influido en mi percepción sonora del mundo.

Al principio, la llegada del disco compacto no cambió mucho este panorama. Por simple lógica aditiva los equipos de sonido incorporaron un espacio para el nuevo formato, y las copias seguían haciéndose por la vía analógica, pues la casetera formó parte de nuestro imaginario tecnológico hasta entrada la primera década del siglo XXI.

Todo esto cambió con el acelerado avance de la tecnología. En todo el mundo, la aparición de los discos vírgenes y los formatos digitales determinó la desaparición de la casetera, y generó un mercado negro de discos caseros que llegó a remecer los cimientos de la industria discográfica tal y como se conocía.

En Ecuador, este fenómeno coincidió con otro, de índole socioeconómica, que fue determinante para la captación del mercado nacional por este tipo de producción subterránea: la crisis del 99 y el feriado bancario no solo provocaron una ola de migraciones, sino que en el ámbito de la cultura, convirtieron a los Cds y los DVDs en artículos de lujo, favoreciendo el crecimiento exponencial del comercio informal de discos caseros, que además apareció como alternativa al desempleo. Con el tiempo, esto se convirtió en la “Industria B” del disco en el país.

Hace pocos meses se supo del acuerdo al que el productor Roberto Aguirre había llegado con la Asociación de Comerciantes de Productos Audiovisuales, ASECOPAC, para la distribución de 25 mil DVDs originales de la película “A tus espaldas” a nivel nacional, a un precio de 3,99 USD. El hecho constituye un hito histórico para el país, pues por primera vez un titular de Derechos de Autor reconoce que la piratería de discos en Ecuador, más que un problema de “originalidad” es un asunto de estructura socioeconómica.

Se ha dicho que más de 60 mil familias dependen de este negocio. De ser esta cifra correcta, no solo estaríamos frente a un altísimo porcentaje de población, sino que además nos habremos encontrado con la red de distribución audiovisual y fonográfica más grande del país. ¿Cuándo, un DVD original producido por ecuatorianos había tenido un tiraje tan alto?. El hecho de que 18 mil de estos discos se agotaran en las dos primeras semanas de presencia en el mercado, nos dice algo acerca de los hábitos de consumo del ecuatoriano promedio, y nos da una pista sobre cómo impulsar las industrias culturales aprovechando la red que ya existe, y no atacándola desde la comodidad de nuestro complejo-creativo-clase-media.

El camino pasa por el diálogo y por llegar a acuerdos inteligentes. Parece que, por fin, una nueva era despierta para la inexistente industria del disco en Ecuador.

Publicado en el periódico El Quiteño Nº46, 27 de julio al 2 de agosto, 2011 
 

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