Una canción que hace historia
Durante nuestra
última conversación en Quito, en diciembre de 2010, Carlos Vives lamentaba la reducción artística que se opera al interior la industria del disco desde hace
poco más de una década. “No hay espacio para nuestra música”, asegura un hombre
que empezó en los años 90 rompiendo récords y rotando canciones en el horario
estelar de casi todas las estaciones de radio del mundo hispano parlante.
Aquello
luce contradictorio al recordar que hace apenas un año, un tropel de músicos
colombianos se reunió a distancia durante la grabación itinerante de un
videoclip para la canción “La tierra del olvido”. La grabaron a retazos, en las
calles, construyéndola como un rompecabezas sonoro en medio de un proyecto de
cambio social liderado por la fundación ABC y el programa “Playing for change”.
Los intérpretes sumaban cerca de 80 músicos que abarcaron un espectro amplio,
desde talleristas de la calle hasta la matrona folklorista Totó la Momposina.
A ninguno
de los participantes sorprendió la canción elegida en Colombia para alimentar
un proyecto que empezó en 2004 con “Stand by me”, y que al momento cuenta con 58 canciones de
todo el mundo entre cuyos títulos aparece el nombre emblemático de una utopía
signada por algún escarabajo inglés: “Imagine”.
Con apenas 16 años
de existencia, “La Tierra del Olvido” se ha fijado en el imaginario popular
colombiano como un símbolo de identidad cultural, cuyas implicaciones sociales
trascienden los límites de la industria en cuyo seno nació en el año 95 del
siglo pasado. Vives asegura que la
clave del fenómeno estuvo en los medios.
Un antiguo problema de equilibrios
El 26 de octubre de
1985, el presidente venezolano Jaime Lusinchi desempolvó un antiguo decreto
cuyas implicaciones alcanzaron a moldear las nostalgias de toda una generación
en el territorio del sur de América. El decreto 598, entrado en vigencia en el
año 74 y echado al olvido casi de inmediato, obligaba a las radios de ese país
a programar un tema nacional por cada canción extranjera que transitaba por su
frecuencia.
El decreto,
bautizado al calor de los debates como “1x1”, puso en aprietos al personal de
los medios, que no tuvo más salida que presionar a la industria local para la
producción de artistas que estuvieran a la altura del requerimiento ejecutivo.
La consecuencia de
aquello todavía se ubica nítida en la memoria de cualquier latino mayor de
treinta años: el boom de una década
cuyo soundtrack se recuerda
hoy con el acento inequívoco de los paisanos de Hugo Chávez, tachonada de nombres como el de Franco
De Vita, o de apellidos comunes como el de un tal Montaner, o de cócteles caribe como el Daiquirí,
o de algún eufemismo felino cuyos ingresos por regalías de difusión pública,
venta de discos o actuaciones en vivo dinamizaron la economía de un país que
descubrió que salvo el petróleo, no hay nada más rentable que la exportación de
artistas.
No está claro en qué
momento quedó sin efecto el decreto original; pero se sabe que las industrias
culturales de Venezuela comenzaron a declinar a mediados de los 90.
La ficción de los medios en América Latina
Hoy en día, los
gurús de la economía de la cultura insisten en repetir los datos: las
Industrias Culturales constituyen un importante rubro para las economías
nacionales. En Estados Unidos el sector cultural es el primer exportador y
el segundo generador de empleo, con un nivel de aportación a su Producto
Interno Bruto mayor al 11%; mientras en América Latina promedia un 7% del PIB;
y nuestro vecino Colombia exporta más libros, cine, televisión y discos
que café. Sin embargo son pocos quienes advierten que en el desarrollo de
aquellas cifras juegan un papel importante los medios de comunicación.
Carlos Vives lo
tiene claro: “la radio es la industria”, asegura. “A mí me tocó una época más
fácil porque los medios eran de gente que podía entender más… cuando en
Colombia los medios estaban en manos de colombianos, era más fácil. Hoy en día
Caracol es del Grupo Prisa, el Grupo Prisa es 40 principales, viene todo
programado, y es muy difícil que haya un hueco para poner la canción de uno. El
uno le vendió la compañía a otro que tiene su paquete de artistas, y los tiene
que promocionar para después llevarlos en concierto. Quizás uno tiene algunos
privilegios porque tiene un poquito más de años, pero para un pelado que se
invente una cosa hoy, si no tiene un doliente, es muy difícil…”
Publicado en el Suplemento Cultural "cartóNPiedra" Nº024 del 1 de abril de 2012
Comentarios