“How does it feel when you're alone and you're cold inside?”
(¿Qué se siente al estar sólo y frío por dentro?).
Michael Jackson, Stranger in Moscow
"Vas a ser una gran estrella, le dijo durante el desayuno...
era como si hubiera considerado la predicción de Diana
(Ross) una orden porque, en efecto,
nunca hubo una estrella más grande que Michael Jackson"
J. Randy Taraborrelli,
La magia, la locura, la historia completa.
“...tenía la mano derecha con el guante de raso...
el semblante lívido, los labios taciturnos sin sonrisa
del hombre que mandaba,
los ojos tristes... pero aprendió a vivir con todas las miserias de la gloria
a medida que descubría en el transcurso de sus años incontables
que la mentira es más cómoda que la duda,
más útil que el amor, más perdurable que la verdad”
Gabriel García Márquez.
El Otoño del Patriarca
Podría decirse que lo tuvo
todo. Había cruzado hacía mucho el umbral de la madurez, pero su imagen
permaneció atemporal hasta el día de su muerte, cuando las incontables gentes
que lo conocieron, aquellos seres anónimos que observaban con el rabillo del
ojo los acontecimientos diversos de su vida de fantasía, se dieron cuenta de
que después de todo no era inmortal, que había crecido y envejecido igual que
ellos; una vez que su cuerpo inerte fuera encerrado en una caja de bronce
sólido bañado en oro, y expuesto en un espectáculo de dimensiones inverosímiles
para que todos pudieran verlo desde la comodidad de sus hogares a la hora del
almuerzo, dejó de ser aquel tipo estrafalario que se había decidido a
trascender los límites del tiempo y el espacio, rodeándose de una aureola
mítica construida sobre la base de sus virtudes magnificadas y repetidas hasta
el cansancio por el trabajo meticuloso de su propio equipo publicitario, y se
mostró, quizá por primera vez, como el ser humano que había sido desde el
principio: nada más que el séptimo hijo de un matrimonio humilde, nacido en
1958 al sur del lago Michigan y bautizado en la fe de los Testigos de Jehová
con el nombre de Michael Joseph Jackson Scruse.
Para J. Randy
Taraborrelli, Michael Jackson fue más que una figura pública sobre la cual
escribir. La naturaleza de su relación está explicada en el prefacio de su ibro
“La magia, la locura, la historia
completa”: cuando el biógrafo tenía catorce años conoció a su personaje, que
tenía once, y desde entonces mantuvieron una relación intermitente que por tres
décadas osciló entre lo amistoso y lo laboral (Taraborrelli se convirtió en
periodista), hasta que la mala actitud del cantante para con su propia familia,
luego de enfrentar un juicio por abuso de menores en 2004, terminó alejándolos
del todo.
En su intento por dibujar
un retrato fidedigno del ser humano que pocos vieron en Jackson, el libro de
Taraborrelli muestra a un personaje que, desarrollado desde otra perspectiva,
haría las delicias de cualquier escritor de ficción. La historia que relata el
biógrafo de aquel a quien William Ospina declarara el ser “casi el más famoso, casi
el más rico, casi el más legendario”, demuestra una vez más que, como se dice
con más frecuencia y menos asombro de lo que se debe, la realidad ha superado
con creces a la ficción.
En esencia, Michael
Jackson era un hombre solo. Comenzó a cantar a los cinco años, y para cuando
cumplió los once ya había aprendido todo lo que una persona necesita saber
sobre el manejo de imagen: “había conversado... sobre las carreras de ídolos...
como Frank Sinatra y los Beatles y sabía que sus representantes habían
contratado adolescentes para que gritaran y lloraran al verlos...”, cuenta la
crónica de Taraborrelli, y en esa afirmación se condensa el mundo de Jackson;
acaso un mundo inexplicable para el común de los mortales, para todos aquellos
seres que juegan con los números aprendiendo a multiplicar a una edad en la que
este niño negro nacido en el poblado de Gary se entretenía guardando en su
memoria las mentiras que luego repetiría frente a las cámaras de televisión:
que no tenía once, sino nueve años; que no fue su padre quien consiguió el
contrato con la disquera, que fue descubierto por Diana Ross; que no necesitaba
ir a la escuela como los otros
niños; en fin, que era feliz.
Para 1975, Michael Jackson
tenía 17 años, y en su afán por liberarse de su padre había decidido tomar las
riendas de su futuro artístico. Aún estaba lejos el éxito de Thriller, la caminata lunar y su figura icónica de
rey absoluto.
Fue el mismo año en que
desde Barcelona, al otro lado del mundo, Gabriel García Márquez diera a luz “El
Otoño del Patriarca”, la novela
del dictador, que retrata como ninguna otra a toda la soledad del poder.
Para los lectores más
atentos, será inevitable encontrar en el Jackson de Taraborrelli a la
consumación más atrevida de una historia de ficción devenida en realidad; la
suplantación del personaje, de lo físico a lo espiritual; pues este Jackson
parece haberse retratado en el espejo de aquel general del caribe que “había
sabido desde sus orígenes que lo engañaban para complacerlo, que le cobraban
por adularlo”, y a quien la muerte encontró, según el relato de García Márquez,
con su uniforme de charreteras militares, sus labios femeninos, su rostro
lívido, su mano de doncella metida en un guante de raso, y hecha trizas toda la
inmortalidad que se ganara por decreto.
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