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DE CÓMO CAMBIAR AL MUNDO A BASE DE MÚSICA (Primera parte)

Por Javier López Narváez
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El encuentro debía darse hace horas. Busqué la conversación por Twitter: -Sabemos que vienes a Ecuador y nos gustaría hacerte una entrevista -como no que hay que hacer? A onde llamo?... te invitamos a camerinos con mucho gusto...; pero todo se retrasó. Así que aquí estoy, a punto de pedir un trago en el bar del hotel, y esperar.  Eduardo Noguera, el manager, baja a buscarme para realizar la entrevista. Mientras subimos, recuerdo que todo esto empezó hace años, en un concierto como el que acabo de escuchar hace pocos minutos.

Foto tomada de: http://felipeorduzb.blogspot.com

1. Sobre el aprecio por una historia y una ciudad
Participé de la primera parranda en Quito, una noche de 1993. Fue durante el mes de julio, y creo necesario aclarar que en rigor no fue una parranda; que de haberla sido, quizá no era la primera; y que mi “participación” se redujo apenas a la escucha pasiva de un repertorio que para el imaginario quiteño de entonces, no pasaba de ser el soundtrack de una telenovela importada. No hubo sancocho rondando entre los presentes, y yo todavía era muy pequeño para el whisky, que habría sido el licor apropiado de acuerdo con los cánones puristas de “la provincia”[1]; pero aquella reunión que colmó los graderíos de la Plaza de Toros era lo más cerca que yo había estado de una verdadera parranda vallenata, en la que todos atendíamos a un joven rockero de Santa Marta, con nombre de futbolista, que por primera vez dejaba escuchar su peculiar versión de “La gota fría”[2] por fuera de su natal Colombia.

Diecisiete años después de aquel primer concierto, Carlos Alberto Vives Restrepo me recibe en una suite del hotel Marriot para hablarme de su música y de su cultura caribe, y para intentar explicarme cómo fue que se inventó el sonido que cambiaría la industria en Latinoamérica y dio rienda suelta a un fenómeno cultural, tan solo comparable con el de los otros dos grandes hitos musicales del siglo XX: el de Izzy Sanabria y los productores de Fania Records cuando crearon la salsa; y el del mundo anglo, cuando la gente de Chess Records modeló todo el panorama del rock a partir de los cantos de Muddy Waters y Willie Dixon.

Él parece no estar muy consciente de aquello. “Era lo natural”, dice. Pero detrás de su sencillez y la frescura de su conversación, se oculta una profunda sabiduría, quizá reveladora de que incluso aquella noche del 93, Carlos Vives ya intuía todo lo que habría de suceder con lo suyo. “En ese entonces uno sabía que quería hacer algo, pero siempre  faltaban cositas... faltaba entender más lo que por intuición queríamos hacer”.

Mientras para el resto del mundo era todavía un desconocido, Carlos Vives llegó a Quito montado sobre la popularidad que tenía como actor de televisión. Su trabajo más reciente era el protagónico de una teleserie basada en los cantos de Rafael Escalona y un texto de Daniel Samper Pizano, cuyo atractivo principal eran las canciones que interpretaba frente a las cámaras acompañado con el acordeón de un tal Egidio Cuadrado. Una especie de comedia musical de 30 capítulos que terminó por convertirse en la primera telenovela colombiana de exportación. Ecuador fue de los primeros países en transmitirla, alcanzando un rating que obligó al primer reprisse casi de inmediato. Era la excusa (y la publicidad) perfecta para que sus compatriotas residentes en Ecuador celebraran la fiesta del 20 de julio[3] con aquel concierto, cuyas entradas se vendían en las boleterías de la plaza, pero se repartían gratis en el consulado colombiano a quienes demostraran su nacionalidad.

El destino, en un curioso juego de espejos, ha dispuesto que nuestro encuentro de hoy se desarrolle un par de horas después de otro concierto suyo, con el que cerró la celebración del 6 de diciembre[4] en Quito. Carlos tiene su propia explicación: “es que somos la misma cosa. Como somos tan hermanos. Porque con Escalona íbamos a Cali, a Medellín, a Bogotá, a Barranquilla... a Quito, a Guayaquil...” el brillo de su mirada se pierde en un horizonte imaginario antes de concluir: “A parte de los conciertos, y de lo que hemos hecho, uno va creando su historia. Yo tengo mi historia aquí, y es una historia a la que aprecio mucho, ¿sabes?”


Durante la entrevista. Quito, 6 de Diciembre de 2010


2. Lo que habría que preguntarle a Leandro Díaz
Para casi todo el mundo hispano parlante, el nombre de Carlos Vives es sinónimo de vallenato. Pero basta con poner atención a los versos de “Malas Lenguas”[5] –quizá uno de sus paseos menos escuchados-  para comprender que no sucede lo mismo dentro de “la provincia”, que es el lugar geográfico en donde nació el vallenato a fines del siglo XIX.

Desde que aparecieron los primeros cantos entre los peones de la región, fueron objeto de un ascenso social que en el transcurso de casi un siglo los llevó, de ser un divertimento de potrero y plantaciones de banano y algodón, a convertirse primero en una suerte de noticiero regional cantado por juglares –a la usanza de la Europa medieval-;  y luego en un fenómeno discográfico, ajeno a todo lo que no fuera la costa del caribe colombiano. Al final, devino en un folklor joven que para fines de la década del 50 había llegado hasta Cuba, Centroamérica, Argentina y España, por cuenta de las grabaciones de artistas como Bovea y sus Vallenatos (Santa Marta); Nelson Pinedo con La Sonora Matancera (Barranquilla/Cuba); y Lola Flores (España), quien popularizó “La casa en el aire” en una versión de corte flamenco.

Todo ello se vio fortalecido a posteriori, por factores tales como la publicación de la novela “Cien años de soledad” en 1964[6]; la fundación del Festival de la leyenda vallenata, en el 68; la delegación del consulado en Panamá a Rafael Escalona, en 1975; el fortalecimiento de la cumbia en México gracias a Celso Piña, durante los años 80s; el premio nobel de García Márquez en 1982; y el éxito en Estados Unidos y Centroamérica de El Binomio de Oro, una agrupación colombiana fundada por Israel Romero y Rafael Orozco, que llevó al vallenato hasta su primera cumbre luego de su concierto en el Madison Square Garden en 1987.

A Carlos Vives le tocó ser testigo de excepción de gran parte de ese mundo. Nacido en Santa Marta -departamento de Magdalena- en 1961; vivió sus primeros años rodeado de cantos y parrandas de acordeón, como miembro de una de las familias acomodadas de la región: los Vives Echeverría. “Eso fue algo muy curioso”, recuerda, “porque yo vengo de una familia popular en esa zona, pero de gente que estaba al servicio de la comunidad. Entonces su trabajo  -ya sea la medicina, ya sea el derecho- los puso en contacto con los personajes de la juglaría.”

Se refiere a su padre Luis Aurelio y a su tío Rodrigo Vives, a cuya casa llegaban juglares de la talla de Alejo Durán o Luis Enrique Martínez para estrenar varias de las canciones que luego se harían populares en las grabaciones de orquestas de moda. “Esa gente era tan noble, que su manera de agradecer las cosas era llegar a la casa a cantar. Si había algún evento en la familia, ellos iban y narraban eso... yo los recuerdo sobre todo por la cosa familiar, que después perdí… fueron momentos muy brillantes”. Como testimonio de aquellos días, queda “La Parrandita”; merengue de Leandro Díaz que rinde homenaje al tío de Carlos: Le canto a Rodrigo Vive' Echeverría/ el hombre que pa' beber escoge el día/ le gusta escuchar un buen acordeonero...

Se trataba de una experiencia ligada a las raíces de un vallenato original, cuyos compositores no eran músicos profesionales, sino campesinos que vivían de sus cultivos o de sus oficios humildes, y que gustaban de recorrer la región cantando historias para amenizar las fiestas y enamorar mujeres. Pero quien sacó aquella música a otras latitudes era gente de otro mundo. Productores de una industria que ganó terreno adaptando todo aquello a formatos de orquestas grandes, y generando un circuito de estrellas al estilo de Jorge Oñate, Alfredo Gutiérrez o Diomedes Díaz. Gente que transformó las parrandas en conciertos, y a quienes les resultaba muy ajeno un galán de telenovelas que un día aparecía cantando cosas de Charly García en Bogotá, y otro anunciaba su matrimonio con una reina de belleza del Valle del Cauca.[7]

Por eso, cuando la bala que mató a Rafael Orozco en 1992 frenó de golpe la expansión de la música vallenata, nadie imaginaba que el siguiente paso lo daría aquel rockero con nombre de futbolista, a quien la actuación había llevado a radicarse en Puerto Rico, y cuyo único mérito visible era el haber interpretado a un compositor de la provincia en televisión, tal y como antes lo había hecho con un boxeador, y antes con un ciclista. Pocos conocían de su pasado con los juglares, y no le perdonaron la irrupción en un espacio con el que no parecía tener un vínculo original. “Siempre canté vallenato, porque era la tradición oral,” asegura él. “Pero cuando más canté vallenato fue cuando llegué a vivir a Bogotá, a los 12 años. Allá yo hablaba con mis compañeros del colegio y todo el mundo se me quedaba mirando: ¡era la novedad!. Los costeños éramos una novedad en el interior del país; yo me imagino que es como para un quiteño ver a un puertorriqueño, o a un cubano. Pero cuando cogí una guitarra y canté un vallenato, llené mi agenda de los viernes. Todos mis amigos bogotanos me querían tener en la chimenea de su casa, cantando. Entonces cantaba vallenatos. Siempre los canté.”

Lo escucho decir estas cosas, y en mis recuerdos aflora la letra de “Malas Lenguas”: …yo conocí a los juglares del más allá/ canté con Francisco El hombre en la serranía/ después conocí a la gente de Bogotá/ soñaron con las canciones que me sabía… Soy libre, puedo cantar/  pregúntale a Leandro Díaz…


Continúa en Segunda Parte



Carlos Vives junto a Emiliano Zuleta Baquero. 
Foto tomada de: Revista SoHo No. 068, noviembre de 2005.




[1] Se conoce como  “la provincia” a una región al norte de Colombia que comprende los departamentos de Magdalena, Cesar, Guajira, Bolívar y Sucre. “Hasta hace medio siglo se la conocía como la Provincia de Valledupar y Padilla o, más familiarmente, la Provincia". (Daniel Samper Pizano, 100 años de Vallenato, 1996)
[2] La Gota Fría es un paseo compuesto por el maestro Emiliano Zuleta Baquero en 1938, surgido de su rivalidad con el compositor Lorenzo Morales, ya que ambos proclamaban ser “el mejor acordeonero de la provincia.”
[3] El 20 de julio se celebra en Colombia el “grito de independencia”
[4] El 6 de diciembre se celebra en Ecuador la fundación española de Quito
[5] Malas Lenguas es el noveno track del tercer disco de Carlos Vives y La Provincia, Tengo Fe. Constituye una queja en contra del rechazo de los artistas vallenatos a la fusión con la que Vives irrumpió dentro de una manifestación folclórica que, según ellos, no le pertenecía. 
[6] Gabriel García Márquez dibuja el universo de “la provincia” en su novela, e incluye la historia de Francisco Moscote Guerra (1850), uno de los primeros juglares vallenatos, cuyo mito trascendió fronteras y generaciones, eternizándolo bajo el mote de Francisco “el hombre”.
[7] El Valle del Cauca es un departamento al sur de Colombia cuya capital es Cali. Su filiación cultural es de raíz afro, pero hacia el Océano Pacífico, más cercana a la afroecuatoriana que a la caribe-vallenata. Es famosa en el mundo por sus orquestas de Salsa, tales como Niche o Guayacán.  La primera esposa de Carlos Vives, Margarita Rosa de Francisco, es oriunda de Cali, y fue candidata a miss Colombia representando al Valle del Cauca.

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