EL HIJO DE PABLO ESCOBAR (Otra entrevista de hace tiempo) "No quiero que mis hijos paguen por los pecados de su abuelo"
Por Javier López Narváez
El 30 de abril de 1984, por la noche, murió asesinado el ministro colombiano de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, mientras conducía por la calle 127 al norte de Bogotá.
El 30 de abril de 1984, por la noche, murió asesinado el ministro colombiano de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, mientras conducía por la calle 127 al norte de Bogotá.
La sola contundencia de aquel episodio, que alcanzó para remover los destinos de todo un país, y para desatar en Colombia una cruenta guerra sin cuartel que todavía se recuerda como el sello inequívoco del narcotráfico; llegó para Juan Pablo sobre las hélices de un helicóptero, un día a las cinco de la mañana. Había cumplido los siete años hacía apenas tres meses, y hasta entonces había vivido en medio de un mundo creciente de lujos, aprendiendo a montar en los elefantes que su padre se hacía traer desde el África junto con cientos de otras especies exóticas, para que poblaran su selva particular de la hacienda Nápoles, en las afueras de Medellín.
El asesinato fue ordenado a 414 kilómetros del lugar de la ejecución, por un ex suplente de la Cámara del Senado, a quien Lara Bonilla había denunciado por narcotráfico, acusándolo de ser la cabeza de una organización cuya existencia se comprobó durante el allanamiento a un laboratorio de procesamiento de cocaína. Allí se encontró, entre otras cosas, un helicóptero propiedad de Alberto Uribe Sierra, padre del hoy presidente, Álvaro Uribe Velez.
Juan Pablo era el primogénito del ex senador Pablo Escobar Gaviria. Hoy vive en Buenos Aires bajo el nombre de Sebastián Marroquín, que le fue otorgado de manera legal por la Fiscalía colombiana en 1994 para que saliera del país luego de la muerte de su padre.
Sebastián llegó a Quito la semana pasada, para acompañar el estreno del documental "Pecados de mi padre", del argentino Nicolás Entel, en el marco del Festival Edoc 2010. Es un antioqueño recio de 33 años, que hace gala de la sensibilidad y el idealismo propios de un piscis, y que no se cansa de repetir la razón por la qué contó su historia en el documental: hacer consciencia sobre la realidad del narcotráfico "en estos tiempos en que a nivel mediático se exalta tanto la vida de los narcos a través de las telenovelas".
Sebastián Marroquín en el mirador de Guápulo, Quito. Foto: Fernando Sandoval |
¿Qué sentiste la primera vez que oíste una acusación en contra de tu padre?
En realidad, yo me di cuenta cuando ya todo había explotado. Un día cualquiera, en el año 84 vinieron por mí y me llevaron a un departamento pequeño de una familia que yo no conocía. Nos quedamos a dormir, y al día siguiente a las 4 o 5 de la mañana, salimos en helicóptero hacia Panamá en vuelo rasante, para evitar ser detectados por los radares. Ese día hubo un corte que nos duró hasta que murió mi padre. La familia no volvió a ser igual. Nunca se volvió a unir.
Entonces tu vida era distinta antes del 84. Presenciaste el ascenso de tu padre...
En realidad no, porque ocurre durante mis primeros años. No tengo mucha memoria de algunas cosas...
La primera casa que recuerdas...
Es una casa que todavía existe, semidestruida. La quemaron los enemigos de mi padre. Está en el barrio El Poblado, en Medellín.
¿Y Nápoles?
Mi padre compra Nápoles recién nacido yo. Compra esas tierras muy baratas, porque el acceso era muy difícil; no había autopista, ir allá tardaba hasta 48 horas. Después se benefició con el paso de la autopista. Yo tenía 4 ó 5 años cuando Nápoles llega a su dimensión verdadera.
¿Tu vida se acercaba a lo normal? ¿Ibas al colegio, tenías tus amigos?
No, para nada. Para ir al colegio necesitaba 15 guardaespaldas. Y tuve que dejar de ir cuando estaba en quinto de primaria. El bachillerato lo hacía donde estuviese, escondido por ahí. Con profesores particulares... A algunos de ellos los desaparecieron, por haber cometido el delito de educarme.
¿Tuviste algún juguete favorito?
No se podía. No podías enamorarte de nada, porque a los cinco minutos tenías que salir corriendo, dejándolo todo.
¿Cómo fue la primera vez que les tocó salir huyendo de algún lugar?
En realidad lo que recuerdo son los allanamientos. Llegaban a buscar a mi padre, se metían a nuestra casa. Incluso a mi colegio...
En un contexto como ese, ¿Podías considerar a alguien como tu amigo?
El único amigo era mi padre. El resto de personas nos había dado la espalda...
¿Y la familia cercana?
Bueno, con los del lado de mi padre, no tengo mucha relación. Ninguna. Los de mi madre sí...
Tú mejor amigo entonces era tu padre. Háblame de él. No lo que todo el mundo sabe. Cuéntame algo sobre el otro lado de Pablo Escobar.
En el buen sentido, su mayor placer, porque yo lo veía, era ayudar a los sectores olvidados por el Estado; transformar la realidad. Sacar esas 5 mil familias que vivían en el basurero de Medellín y proveerlas de una casa, con servicio público, y darles trabajo, bueno... es que hizo cosas muy positivas. Operar a más de mil niños de labio leporino. A mi padre se le ocurrían esas cosas. Un día decía: "vamos a traer a 25 cirujanos plásticos de Brasil" y se hacía cargo de todo. También las canchas que construyó en las zonas marginales de la ciudad...
De aquellas canchas salió el equipo (Nacional de Medellín) que ganó la Libertadores en el 89...
No creo que a ese nivel, pero sí cambió la percepción que la gente tiene de mi padre. Claro, depende a quién le preguntes. Si es una víctima de alguna bomba en Bogotá, ya sabes qué respuesta te va a dar; y si es una familia que vivía en la basura en Medellín, también sabes lo que va a decir.
Y en el entorno familiar ¿cómo era?
Un hombre supremamente sencillo. No gritaba nunca.
¿Y cómo padre?
El mejor. Me dedicaba su tiempo; me llevaba de caminata, a enseñarme cosas de la selva, o a montar en bicicleta; o me cantaba canciones de Topo Gigio, por ejemplo, porque él se las aprendía para cantarme mientras me dormía.
¿Tenías alguna afición de niño?
Me gustaba correr en moto; competir. Lo pude hacer pocas veces, porque siempre me preparaban atentados, secuestros... Mi padre mantenía una gran red de informantes; siempre se enteraba antes de que las cosas pasen. Tenía también una red de corrupción muy grande...
¿Conociste a los socios de tu padre?
Era normal. Eran amigos; compartíamos con sus hijos... Llegaban y no se decía "llegó tal narco"; era "Pedro, Juan...", y listo.
¿Viste alguna vez en tu casa a alguno de los Uribe Velez?
No que yo recuerde. Estaba muy pequeño la verdad. Pero más que los Uribe, los miembros de todas las familias importantes en Colombia estuvieron con nosotros. Muchos se beneficiaron de los dineros calientes, le vendieron propiedades a mi papá, obras de arte. Ahí nos codeábamos con toda la alta sociedad...
Políticos...
Políticos, presidentes, ex presidentes, senadores, parlamentarios, futbolistas, policías... de todo...
¿Conoces el libro de Virginia Vallejo, Amando a Pablo, odiando a Escobar?
Hay mujeres que confunden una aventura temporal, con un amor eterno. Como ahora ya no está mi padre para desmentirla...
Entonces tú no reconoces al Pablo que ella describe...
Ni al de ella, ni al de ningún autor de ningún libro sobre la vida de mi padre hasta hoy. Porque ninguno lo conoció en persona. La publicación de un libro le es útil a muchos intereses, y en el caso de mi padre ni hablar.
¿Noticia de un secuestro?
Bueno, yo no se si García Márquez conoció o no a mi padre... Creo que a él hay que reconocerlo por sus grandes obras y no por "Noticia de un secuestro". Es lo único que se me ocurre... yo lo respeto muchísimo; hizo cosas tan grandes...
Primero fueron a Panamá, luego a Nicaragua. ¿Cómo vivieron allá?
En una casa muy vieja, de unas 4 ó 5 habitaciones. Vivíamos hacinados, porque había mucha gente; no solo gran parte de la familia de mi papá, sino también sus guardaespaldas. Entonces era muy difícil vivir allí. Estaba rodeada por muros altísimos. Era como estar en un psiquiátrico. Y no tenía juguetes porque nadie podía salir a comprarlos y si salías, no se vendían. Nicaragua estaba en guerra. Por dónde lo vieras, el panorama era aterrador.
Luego volvieron a Colombia. Has dicho, sin embargo, que vivieron huyendo hasta el día en que murió tu padre, en 1993. Una vez se morían de hambre en un departamento, rodeados de dólares, porque al frente había un retén policial, y no podían salir a comprar... ¿Cómo mides ahora el valor del dinero?
Es subjetivo. Tenerlo no significa que seas millonario. Y luchar por tenerlo de manera desenfrenada solo te conduce a la violencia.
Cuéntame sobre tu salida final de Colombia, en el 94...
Hicimos 3 días desde Bogotá. Paramos en Cali, después en Pasto y seguimos hasta Guayaquil, parando un día acá en Quito...
¿Salieron con protección policial?
No. La evadimos para que no supieran a dónde íbamos.
Ya tenías 17 años. Has dicho que antes de viajar, los socios de tu padre te llamaron a una reunión en la que te prohíben dedicarte al narcotráfico...
La verdad es que no te puedo decir más que eso. Gracias a Dios no me mataron. Entendieron que yo había sido un niño en todo ese proceso, que ellos también tenían hijos. Tengo que estar agradecido y respetarlos por eso. Ellos me podían haber matado.
Por eso también has dicho que llevas 16 años viviendo horas extras. Ahora, con el documental muestras tu pasado y sales del anonimato ¿Aún corre peligro tu vida?
Yo quisiera creer que no. Yo no me considero una amenaza para nadie. Sobre todo después del documental, porque yo no me dedico a acusar a nadie; me dedico a reflexionar acerca de la historia, nada más.
Hacer ese documental tardó cuatro años. ¿Conocías al director, Nicolás Entel, antes de que te proponga hacerlo?
No, a Nicolás yo lo conocí por esto. Él me contactó, y seis meses después de hablar muchas veces por teléfono me convenció de hacerlo.
¿Cómo fue que Nicolás dio contigo?
A través de un productor colombiano que es amigo común.
En el documental participa también tu madre. Tu hermana no...
No. Ella prefiere preservar el anonimato, y la respeto por eso, porque desde pequeña le ha tocado enfrentar situaciones que le son ajenas, y no tiene por qué hacerlo esta vez.
¿Y a ti qué fue lo que te convenció del proyecto?
El incluir el punto de vista de los hijos de las víctimas de mi papá.
Te refieres a los hijos de Rodrigo Lara Bonilla y del candidato presidencial Luis Carlos Galán, que fue asesinado en 1989. Les escribiste una carta. ¿Qué te motivó para hacer eso?
Siempre me quise acercar a ellos de una manera directa. Nicolás había hecho una labor muy buena como mediador, pero yo sentía que tenía que ser personal. La carta nos ayudó a establecer un vínculo, un verdadero primer contacto.
Luego de eso el hijo de Lara Bonilla, Rodrigo Lara te visita en Buenos Aires, y tú vas a Colombia a visitar a los Galán. Cuando llegaste, ¿tenías idea sobre la predisposición que ellos tenían para recibirte?
Yo ya había escuchado algunos comentarios de cuando leyeron la carta. Entendí que habría posturas muy generosas de parte de ellos a la hora de llegar a tener un encuentro.
¿Cuánto tiempo pasó para que regresaras a tu país?
Dieciséis años.
¿Cómo cambió Colombia en ese tiempo?
Para bien, creo yo. La violencia ha disminuido. De alguna manera, el Estado ha recuperado el sentido de autoridad, el control territorial en muchas zonas. Pero todavía falta salir adelante. Falta transformar la realidad para escapar de la violencia de manera definitiva.
La violencia existía en Colombia antes de Pablo Escobar...
De hecho, mi padre fue un desplazado por la violencia. A él, a sus padres y a todos sus hermanos les tocó abandonar sus tierras, porque estaban enfrentados los godos y los liberales. Y si no tenías la misma opinión política te cortaban la cabeza a machete. Así llegaron a Medellín, a empezar de cero, enfrentando una realidad que, aún hoy, no le es ajena a muchos colombianos.
¿Qué se necesita en Colombia para salir de esta espiral de violencia?
Yo creo que la reconciliación es el único camino. Pero debe estar acompañada por políticas adecuadas; debe haber una actitud humilde del Estado frente a su co-responsabilidad en este fenómeno. Y además, mientras siga existiendo el narcotráfico, siempre va a haber un gran financiador de la violencia. Va a seguir siendo financiador mientras siga existiendo la prohibición, porque eso lo que hace es elevar los precios, y se favorece la creación de mafias.
¿Estás a favor de la legalización?
Yo no tengo una opinión formada respecto a eso. Hay que escuchar a Juan Manuel Galán y a Rodrigo Lara en ese tema. Pero hay que reabrir el debate. Incluir a todas las esferas de la sociedad y buscar alternativas. Porque hasta ahora no se han producido resultados, se han producido muertos; pero el negocio de las drogas sigue en buen estado.
Volvamos a tu otra vida, cuando dejas de ser Juan Pablo y te conviertes en Sebastián. Llegaron a Guayaquil. Luego, ¿fueron directo a Buenos Aires?
No. Desde Guayaquil tomamos un vuelo a Lima. Hicimos escala en Lima, en Buenos Aires y luego nos fuimos a Mozambique, que era donde había un acuerdo para que nos reciban. Llegamos con la esperanza de educarnos, de estudiar, de conseguir una casa, pero allá no había nada. Habían supermercados, pero sin comida. Otra vez el tema de la plata que no sirve. Esa sociedad vivía una situación de extrema pobreza y nosotros veníamos de una situación de extremo peligro. Era llegar a un sitio peor. Por eso tiramos los dados y decidimos por Argentina.
¿Qué extrañas de tu vida anterior, en Colombia?
El derecho a elegir volver. Como lo extrañan todos los colombianos que fuimos desplazados por la violencia, de una u otra forma.
¿Cómo comenzaron en Argentina?
Como comienza cualquier desplazado: a la brava. Abriéndose paso, preguntando, haciendo colas, sacando los papeles...
¿Fueron víctima de xenofobia?
No. Te diría que es de las sociedades latinoamericanas menos prejuiciosas con los colombianos. Los jugadores de fútbol hicieron una gran labor en ese sentido. En Argentina, el fútbol es más importante que la economía, que la política, que todo junto; y los futbolistas colombianos crearon una imagen positiva de nosotros.
Allá todavía les duele el 5-0...
Pues fue lo único que pudimos hacer nosotros... pero ahora estamos tan lejos de los mundiales...
¿El colegio lo acabaste en Argentina?
No, en Colombia. En Argentina estudié diseño industrial, ahora soy arquitecto.
De no tener un centro fijo y estar siempre huyendo, llegas a un sitio donde ya puedes estudiar, tener amigos, hacer una vida... ¿Cómo es eso?
Uno recibe las cosas con alegría. Porque tener aunque sea un portarretrato en la casa para nosotros era imposible. Primero, porque el que aparecía con nosotros en el retrato, al otro día estaba muerto o desaparecido. Y segundo, porque siempre estábamos corriendo. Entonces, cosas tan simples como esas te cambian. Agradeces a la vida y disfrutas de esa nueva libertad.
¿Temían que el pasado los alcance?
Siempre. Claro, todos los días.
¿En algún momento sintieron la necesidad de buscar ayuda de tipo psicológico?
Mi madre siempre quiso eso para mi hermana y para la familia a nivel grupal. Pero nosotros le decíamos que cómo era posible que fuéramos a un psicólogo a contarle otra historia, distinta a la real... Porque quizás, si le contábamos la nuestra, el psicólogo enloquecería.
Ahora estás casado. ¿Cuánto llevan?
8 años de casado. 16 de vivir juntos y 2 de novios. En total 18 años.
¿Hijos?
No. Yo no soportaría la idea de ver a mi mujer en un tribunal con mi hijo en brazos, respondiendo por los pecados del abuelo...
¿Están en contacto con Lara o los Galán?
Más con Lara. Nos hemos encontrado en algunos lados y la relación es cordial, afectuosa. Esto no se hizo como para que nos juntemos cada ocho días en la finca. El objetivo fue reconciliarnos y cada uno sigue su camino en paz.
Narcotráfico: Hambre.
Cocaína: Veneno.
Familia: Amor.
Pablo Escobar: Mi papá.
Espero volver a mi vida normal. Dedicarme a mi trabajo, mi familia. El documental ya para entonces tomará vuelo propio; ya lo tomó.
Publicado en Diario El Telégrafo, 23 de mayo de 2010
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