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Pequeño relato científico III

Los franciscanos llega a Quito

El territorio en el que los miembros de la tribu fermentaban su chicha fue dominado; primero por incas y luego por españoles. Los novecientos treinta y cinco años posteriores a la fabricación de las vasijas trajo consigo profundos cambios que resultaron fundamentales para el desarrollo de esta historia.

Corría el año de 1535. A la recién fundada ciudad de Quito llegó un grupo de frailes encabezados por Fray Jodoco Ricke, de origen belga, que sería recordado durante siglos por haber fundado el primer convento de la ciudad, grabando en ella para siempre la huella de San Francisco de Asís. La historia oficial cuenta que con el grupo del monje, nacido en 1495 en la ciudad de Gante, llegaron al Ecuador las primeras semillas de trigo, cereal que fue cultivado por ellos en lo que hoy se conoce como la “plaza de San Francisco”. Lo que se dice muy poco, porque pocos son quienes saben, es que el fraile, además, trajo cebada para fabricar cerveza.

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Mi abuelo me llamó una tarde a su estudio, me hizo sentar en el escritorio y me puso al frente su máquina de escribir. Yo debía tener unos diez u once años y me fascinaba el arte de la escritura mecánica, muy anterior a la digital, porque le sentía un halo de misterio mágico y un vínculo secreto con la literatura. De modo que me ilusionaba jugueteando con las letras labradas en el metal del teclado y aspirando el aroma relajante de la cinta de tinta negra, cuando el abuelo comenzó a dictar un discurso. No recuerdo cuál era la ocasión exacta: una cena previa al viaje de mi tío a España o posterior a su regreso; pero el abuelo había preparado un brindis bien redactado y yo era el secretario que lo debía pasar en limpio.  Esto es lo primero que recuerdo ahora, sentado en mi propio escritorio frente a una computadora portátil. Recuerdo sus palabras, engarzadas en frases completas que me dictaba con parsimonia. Frases que se había esforzado por construir elegantes y que se e...

Cuando termine

Cuando todo esto termine, te preguntarás: ¿cómo habría sido si el viento no soplara sobre las velas de tu barca ausente?. ¿Cómo -si el sol tostara en las mañanas tu mejilla derramada entre mis dedos, y tus labios y tu lengua remojaran, con el café y el pan, mis buenos días al desayuno? Te preguntará tu piel por la piel que ha sido tuya y que no estará ya para enderezar sus grietas, ni estos dedos para enjugar tus ojos.  Te preguntarás frente al espejo por la ausencia que te abraza, y llorarás mientras escuchas el eco lejano de un canto de despedida.  Y será tarde, muy tarde, porque el sol se apaga, y la mar se seca y tu barca ausente se pierde en la orilla ocre del ocaso. Y ya no habrá pan, café, lengua y labios. Ni piel, ni mano, ni mejilla, ni huesos, ni polvo. Cuando todo esto termine, solo quedará mi canto. 

Los vegetarianos según García Márquez

COSAS DE LOS VEGETARIANOS Tomado de diario el Heraldo. 195? Para quienes no podríamos vivir sin la nutritiva colaboración de un buen bistec, los vegetarianos son una especie de santos varones, entregados por entero al culto casi sagrado de las remolachas y los espárragos. Los carnívoros comemos nuestros suculentos platos sin ningún afán proselitista y la única libertad que de vez en cuando nos tomamos en ese sentido es la de invitar a alguien que manifieste una franca preferencia por la carne de cordero, a que se coma un asado de buey. Los vegetarianos, en cambio, no se limitan a disfrutar del desabrido placer de sus lechugas, sino que manifiestan un permanente espíritu de expansión, una constante disposición de hacer del mundo moderno una bola cubierta de vegetarianos por todas partes, donde los bueyes no sean otra cosa que instrumentos para arar la tierra o para transportar las legumbres. La posición del carnívoro humano es pasiva, la del vegetariano es beligerante. Todo lo c...